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lunes, 15 de agosto de 2016

Los juegos perdidos de un rey

Alfonso XIII jugando en la Sociedad de Tenis de Santander
En el deporte, perder también tiene sus alicientes. En realidad, perder puede ser el mejor aprendizaje y el mejor estímulo para ganar, de la misma manera que, en ocasiones, ganar es perder una gran oportunidad para ser mejor. Borges aseguraba que la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce. Y es verdad, porque hay victorias vacuas y derrotas enriquecedoras.

Alfonso XIII no sólo perdió su trono y su palacio santanderino. Cuando en compañía del alcalde de Santander, Luis Martínez, visitaba la península de La Magdalena para comprobar cuál era la mejor ubicación para construirlo, un juego de reyes le tentó para apearse del automóvil que conducía Juan Pombo. Se trataba del tenis, un juego medieval que comenzó a popularizarse en los conventos franceses allá por el siglo XI, cuando los monjes estiraban una cuerda a través de los cuadriláteros de los claustros. Como compartiendo una oración, la pelota pasaba de parte a parte impulsada con la palma de las manos, saltando sobre un campo hecho mitades. El juego de los rincones de Dios pasó a las cortes palaciegas de una nobleza que no quiso ensuciarse. Acaso por eso se inventó la raqueta y proliferaron los recintos cerrados para practicar este juego. Cuentan que Enrique VIII de Inglaterra estuvo tentado de declarar la guerra cuando perdió una partida contra el rey francés, pero aquel día, el rey de España, venía en son de paz.

El deseo de jugar

Era el 9 de agosto de 1908. Los socios y socias del Tenis mostraban su entusiasmo ante la presencia del rey. Ellas vestían faldas largas y blusas cerradas, ellos pantalones blancos y camisas de manga larga. Alfonso XIII se acercó mostrando su deseo de jugar y, a la carrera, se formaron dos parejas mixtas para organizar un set. Primero lo hizo con Elvira Caller, contra Rafaela Quijano y Enrique Vial. Se notaba que el monarca ya conocía el juego, pero dejaba mucho que desear a la hora de empuñar la raqueta. Nadie se atrevía a corregirle. Sus errores se interpretan benévolamente como frutos de la mala suerte y, cuando acertaba, se le felicitaba y aplaudía efusivamente. La pareja rival hizo esfuerzos para disimular sus deseos de que el rey de España se impusiera, pero no lo consiguió, porque ganó 6-3. El sabor de la primera derrota no desalentó a su majestad. Pidió otro juego y formó pareja con Rosario Pombo, contra Consuelo Bolado y el marqués de Bayamo.

El entonces llamado ‘law-tennis’, no llegó a Cantabria procedente de ningún monasterio. Las primeras raquetas viajaron en las maletas de los jóvenes que regresaban después de estudiar en el extranjero. La historia deportiva señala a Ruperto Arrarte como el pionero. Había aprendido a jugar en Burdeos allá por 1903, y cuando regresó, se propuso buscar compañeros para organizar partidos. Y encontró a un gran aficionado a los deportes, Joaquín Pombo. Y en la finca de los Pombo, en el Alto Miranda, improvisaron una pista en 1904. Más tarde los jugadores decidieron acudir a la terraza del balneario de la Primera Playa de El Sardinero para continuar disputando partidos. Durante los años en que esta terraza fue el campo de juego, es decir, durante 1904 y 1905, se unieron otros nombres cautivados por el atractivo del nuevo ‘sport’.

La Sociedad de Tenis de Santander

El grupo, que iba consolidándose, se fijó en los terrenos del velódromo de la Magdalena, un amplio y hermoso terreno ya cercado, con algunas obras empezadas. Para afrontar el alquiler de aquellas instalaciones, los deportistas se formalizaron como sociedad. Gilberto Quijano y Ruperto Arrarte copiaron el reglamento del Círculo de Recreo y lo adaptaron al tenis. La novedad más importante fue que, por primera vez en Cantabria, las mujeres se incorporaban a la vida activa de una sociedad, no como invitadas, sino como jugadoras y socias con participación en la junta directiva y con pago de sus respectivas cuotas. Fue una verdadera revolución para la época. La primera junta directiva de la denominada entonces Sociedad de Law-Tennis de Santander se formó en 1906, presidida por el conde de Mansilla y compuesta, además, por Gilberto Quijano, Joaquín Pombo, Ruperto Arrarte, Enrique Vial, Jaime Chappui y las señoritas Rafaela Quijano, Anita Torres y Concha Pombo.

El 30 de julio de 1908 hizo una visita a las instalaciones del Tenis la infanta Isabel. Fue un acontecimiento que concentró a lo más selecto de la sociedad. Pocos días después, el mismo rey se disponía a jugar el segundo set con Rosarito Pombo, contra Consuelo Bolado y el marqués de Bayamo. En esta ocasión se esforzó un poco más, pero volvió a perder. Y la dignidad de la derrota le honró. No echó pestes como Enrique VIII. Cuando el rey decidió marcharse fue estrechando la mano a todos los jugadores y directivos. Luego subió al automóvil y se despidió diciendo: “Hasta el año que viene”. Y el rey volvería, porque perder puede ser el mejor aprendizaje y el mejor estímulo para ganar.

Alfonso XIII aceptó la presidencia de honor y otorgó al club el título de Real que aún conserva. Desde mayo de 1909, el Tenis pasaría a llamarse “Real Sociedad de Law-Tennis de Santander”. Pocos meses después, el 6 de agosto, se celebraba la primera competición de tenis en Cantabria, la Copa Santander. Todo por unos juegos perdidos de un rey que confirmaron que hay victorias vacuas y derrotas enriquecedoras.

jueves, 14 de julio de 2016

Lilí Álvarez, la distinción de la plenitud

Fue el título de una de sus obras, ‘Plenitud’ (1946). Su autora gritó entre sus renglones contra la rutina, el tópico, el adocenamiento y los hábitos retrógrados. Prototipo de mujer moderna, independiente y progresista, Lilí Álvarez (Roma, 1905-1998) aseguraba que “el estudio o la cancha son las puertas por las cuales se sale al universo”. Y con sus triunfos deportivos e inquietudes culturales se forjó un universo pleno donde supo imponer la defensa de la mujer con la exquisitez de la elegancia. 

Brillante tenista, patinadora, automovilista y esquiadora, Lilí Álvarez fue también escritora, periodista y defensora de los derechos de la mujer. De familia de burgueses y aristócratas, nació en el hotel Majestic de Roma durante un viaje de placer de sus padres y fue una mujer cosmopolita que ayudó a cambiar los esquemas mentales de una sociedad en la que las mujeres estaban supeditadas a ser madres y esposas. Y lo consiguió sobresaliendo en el campo más masculino, el deportivo.

Su padre le introduciría en el deporte en la Suiza alpina, donde vivió su infancia debido a la delicada salud de su madre. En la estación de Saint-Moritz aprendió a esquiar y a patinar sobre hielo, consiguiendo la medalla de oro internacional en esta última modalidad. Cuando su familia se trasladó a vivir a la Riviera francesa, en 1923, se produce su despegue tenístico, ganando diversos torneos, alguno de ellos jugando con el rey de Suecia, Gustavo V. Fue la primera mujer española, junto a su pareja deportiva, Rosa Torras, en participar en unos Juegos Olímpicos, concretamente en París (1924). Además de dobles de féminas participó en individual y en dobles mixtos, haciendo pareja con Eduardo Flaquer y consiguiendo en ambas categorías el quinto puesto. 

En Wimbledon

Pero su celebridad internacional la obtuvo en su participación en el torneo de Wimbledon, donde fue finalista en 1926, 1927 y 1928. En la primera ocasión, con los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia en el palco de honor, estuvo a punto de ganar a la británica Kitty McKane Godfree, pero como ella misma decía “se me fue el santo al cielo”. En las siguientes finales no pudo hacer nada con la poderosa número uno de la época, la norteamericana Helen Wills.

Atrevida e intrépida en la vida, también en la cancha exponía su temperamento. Su juego más característico era el de avanzar a la red para jugar de volea. En 1929, haciendo pareja con la holandesa Kornelia Bouman, ganó el título de dobles en Roland Garros.

Vestía modelos de Chanel y la gente se agolpaba para verla cuando entraba en un restaurante o en una tienda debido a su estilo y popularidad. En 1931 conmocionó el mundo del tenis jugando en Wimbledon con una falda de tenis blanca dividida en dos, diseñada por Elsa Schiaparelli, la precursora de los pantalones cortos femeninos.

Aristócrata y escritora

En 1934, se casó con el conde de Valdéne, el francés Jean de Guillard. Pero en 1939 perdió a su único hijo y la pareja se separó. Luego volvió a España donde continuó activa en los deportes, siendo campeona de esquí en 1940. No congenió con el régimen de Franco y comenzó su actividad literaria y cultural. Renacentista del siglo XX y mujer de vanguardia, su trayectoria intelectual está jalonada con obras como ‘Plenitud’ (1946), ‘En tierra extraña’ (1956), ‘El seglarismo y su integridad’ (1959), ‘Feminismo y espiritualidad’ (1964), ‘El mito del amateurismo’ (1968), ‘Mar adentro’ (1977), ‘Mi testamento espiritual’ (1985), ‘La vida vivida’ (1989) y ‘Revivencia’ (1993). También fue corresponsal de la prensa inglesa y colaboradora de revistas y diarios de Madrid y de Barcelona. En sus textos fue crítica con el afán mercantilista del deporte al olvidarse del aspecto formativo y humano. Acuñó el término de “parejismo” como una fase más avanzada y conciliadora del feminismo (basado en la confrontación) que identificó con la verdadera igualdad. Ofreció una trayectoria coherente con la defensa de un humanismo espiritualista y defendió la plenitud como proceso formativo hacia la perfección por medio de la mística, la sencillez y la humildad.

Fue el título de una de sus obras, ‘Plenitud’. Allí gritó Lilí contra la rutina, el tópico, el adocenamiento y los hábitos retrógrados. Sus triunfos deportivos e inquietudes culturales le forjaron un universo donde supo imponer la defensa de la mujer con la exquisitez de la elegancia. A los 93 años de edad, en Madrid, se fue a la red y colocó una media volea sensacional para cerrar una vida plena “que siempre entendió como un partido de tenis, en el que no valía la pena quedarse en el fondo de la pista”.
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