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miércoles, 31 de agosto de 2016

La mejor jugada de 'Los Zurdos'

Ilustración del libro didáctico de 'Los Zurdos'
Viejo y ciego, aquel jugador que acudía a la bolera del Puente a “oír jugar a los bolos”, no pudo evitar la emoción y se levantó decidido a tirar. Le dieron la bola que colocó en la mano y, con la gracia del magnífico estilo de otros tiempos, la lanzó alta con un destino incierto. Pero sólo fue una estampa bolística contada por quienes supieron lanzar retos al cielo para hacer caer su voluntad sobre las filas de los bolos. Aquella singular pareja de zurdos, compuesta por Rogelio González (El Zurdo de Bielva) y Jesús Sánchez (El Zurdo de Mazcuerras), ganó su mejor concurso con el lanzamiento de su propia experiencia. Fue una bola de voz viviente, con palabras escritas, que quiso derribar la anarquía y la ignorancia de un juego que amaron como a su propia tierra.

La pareja sorprendió por primera vez a los aficionados en 1930, durante las eliminatorias del Campeonato de Bolos de la Montaña organizadas por la Cuerda Royalty. Rogelio tenía 34 años y Jesús, 19. Fueron los indiscutibles campeones en las finales, derrotando a Mallavia/Varillas y a Calderón/Somonte. Eran tiempos difíciles para los bolos. Después de la creación de la Federación Bolística Montañesa (1919), los aficionados comenzaron a polemizar sobre la forma de los bolos y la jugada del estacazo, creándose un clima de desunión y discordia. 

Fomento de los bolos

Durante la relación estrecha y cordial que mantuvieron como compañeros de juego, entre 1929 y 1936, los zurdos también conjugaron el deseo de ayudar al fomento de los bolos. El tándem de veterano y aprendiz fue madurando en las boleras y fuera de ellas. ‘El Zurdo de Mazcuerras’, que era maestro, fue quien propuso la idea de escribir el libro. Ambos ordenaron definitivamente sus conocimientos y así nació ‘El juego de bolos montañés’, con 119 páginas sostenidas sobre una modesta edición de 16 por 11,5 centímetros, con varias ilustraciones y ocho capítulos que se imprimió en Gráficas Ansorena, de Cabezón de la Sal.

Como inspiración que movió a los zurdos a escribirlo, ellos mismos señalaban el de “poner de manifiesto las bellezas de nuestro deporte, enmascaradas en gran parte por la actual anarquía en que se desenvuelve”; “hacer asequible el conocimiento del juego a los aficionados poco versados”; “facilitar en lo posible, por medio de las reglas a seguir, la formación de jugadores” e “interesar a la opinión, tanto conocedora como profana, para intensificar y extender la afición”.

Los Zurdos no sólo aportaron el valor de un testimonio de excepción por su calidad como jugadores. También se adelantaron a su tiempo ofreciendo soluciones metodológicas para orientar la formación y el aprendizaje. Si como se asegura en el texto, los conocimientos de bolos no se habían recogido hasta entonces “en ningún tratado escrito”, es fácil deducir que el libro de Los Zurdos constituye el primero, convirtiendo a sus autores en pioneros de la divulgación del juego montañés.

Los Zurdos corrigieron las últimas pruebas de su libro el 17 de julio de 1936, en la víspera del estallido de la guerra civil. No eran buenos tiempos para los libros. Además, las ideas republicanas de El Zurdo de Mazcuerras, que fue encarcelado en la posguerra, acabaron con los ejemplares en un almacén de Cabezón de la Sal sin que llegaran a los lectores, hasta que la librería Estvdio los rescató en los años noventa.

Estampas bolísticas

Rogelio y Jesús finalizaron el libro con unas estampas bolísticas no exentas de un sentimiento romántico y costumbrista. En una de ellas, un viejo y ciego jugador que acudía a la bolera del Puente a “oír jugar a los bolos”, no pudo evitar la emoción y se levantó decidido a tirar. Le dieron la bola que colocó en la mano y, con la gracia del magnífico estilo de otros tiempos, la lanzó alta con un destino incierto… Pero ¿a dónde?

Los Zurdos se olvidaron del destino de sus libros y de la bola lanzada por el viejo y ciego jugador: “¿Acaso importa a dónde? “¿Acaso dejan de ser sublimes, por carecer de finalidad, algunos impulsos del corazón?”. Aquella singular pareja de zurdos ganó su mejor concurso con el lanzamiento de su propia experiencia. Fue una bola de voz viviente, con palabras escritas, que quiso derribar la anarquía y la ignorancia de un juego con los impulsos del corazón.

lunes, 25 de julio de 2016

Telesforo Mallavia, el patriarca del noble juego montañés

Telesforo Mallavia
Hay dos sendas deportivas que el pueblo de Cantabria abrió con sus propias manos, sin tener que rendir cuentas a las modas inglesas de juegos y ejercicios. Una de ellas surgió en la mar, a base de bravura de brazos contra las olas. La otra se asentó en la tierra para medir, con la pericia de los dedos, el arte de plantar y talar árboles de bolos.

Alfonso XII ya lo había probado y bendecido en el corro de Comillas, cuando el domingo, 8 de septiembre de 1881, haciendo pareja con el marqués y naviero, Antonio López, echó una partida de dos horas contra Claudio López y Fermín Riera. Pero en la frondosa y lejana historia de los bolos, hay otra fecha que merece recordarse como si fuera la del nacimiento de un mesías. Aquel día, 12 de agosto de 1897, en la nueva plaza de toros de Cuatro Caminos de Santander, Telesforo Mallavia, “la figura más señera que ha tenido el juego de los bolos”, debutó ganando a los hombres de Juan Valle, de Rucandio, en un concurso organizado por el ayuntamiento santanderino, elevando en los tiros las trayectorias proféticas de un futuro alentador para el gran juego montañés.

Emprendedor y amante de los bolos

Telesforo Mallavia, nacido en 1867 en Corvera de Toranzo, se instalaría en Torrelavega en 1893. Era un hombre tan emprendedor como amante de los bolos, así que en la zona de La Llama, sembraría su primer negocio, un bar rodeado de boleras que se convirtió en un verdadero centro neurálgico de la actividad social y deportiva de Torrelavega. Mallavia promocionó la fórmula de los concursos, construyó boleras cubiertas y sería uno de los hombres que en 1907 apoyaría la creación de la Sociedad Gimnástica de Torrelavega, contribuyendo a dinamizar La Llama como emplazamiento deportivo y ofreciendo sus boleras para los entusiastas del juego. En 1919, colaboró en el proyecto de Fernando Sañudo para organizar el juego de bolos en la provincia mediante la creación de la Federación Bolística Montañesa, entre cuyos fines destacaba el de fomentar el juego, depurar las prácticas viciosas, eliminar el factor suerte de las partidas y procurar criterios de unificación en todos los pueblos de Cantabria. Mallavia fue el tesorero de aquella primera federación, presidida por Darío Gutiérrez, mientras que su hijo, Federico, se convertiría en el primer ganador del campeonato de Cantabria que se celebró en las boleras familiares de La Llama.

Otro de los grandes méritos de Telesforo fue el de iniciar una saga de excelentes jugadores, destacando entre todos ellos su hijo Federico, que nació en los corros de su padre plantando sus bolos como pinche, y luego formó cuadrilla con él, debutando en Barreda junto con Augusto Miguel y Pedro García. Conocido como Federico ‘El Grande’, Ico Mallavia protagonizaría una época dorada, donde destacaban sus duelos con otro coloso, el ‘Zurdo de Bielva’. 

Un busto y un poema

En 1935, los torrelaveguenses levantaron un busto dedicado a ‘Foro’ Mallavia que se erigió presidiendo la augusta bolera de La Llama. Sesenta años después, el 10 de julio de 1995, la vieja bolera, santuario profanado por el progreso, comenzó a ser devorada por la presión urbanística, dejando paso a locales comerciales, pisos y garajes. En aquella universidad bolística de más de cien años de existencia, se escribieron muchos episodios históricos, se gestaron leyendas y encontraron inspiración músicos y poetas, como Jesús Cancio: “¡Ay, Federico Mallavia¡/ el de la bola en la diestra/ y una pleamar infinita/ de bolos en la cabeza,/ el que, tras el preciosismo/ de una parábola inmensa,/ dibujaba como nadie/ el emboque a golpe en tierra,/ el que segaba seis bolos/ como cambada de hierba/ empapada de rocío/ del alba en la primavera”.

En la frondosa y lejana historia de los bolos, hay una fecha que merece recordarse como si fuera la del nacimiento de un mesías. Fue el debut de Foro Mallavia, elevando en los tiros las parábolas proféticas de un futuro alentador para el gran juego montañés. Hace unos años, la periodista Nieves Bolado escribió un artículo en El Diario Montañés titulado “¿Qué mira Foro desde su atalaya en la Llama?”. Hoy, el busto que se salvó del derribo de su bolera, parece seguir esperando el reconocimiento de los hombres y mujeres del siglo XXI para que la avenida sin nombre de La Llama, reciba ese soplo que avive, para la honra de Torrelavega, de Cantabria, y del noble juego montañés, el adecuado nombre de la avenida de los Mallavia.

domingo, 17 de julio de 2016

El dios del emboque

Después de limpiarla y acariciarla con la yema de los dedos, ha acercado la bola a su cara. Parece que habla con ella, convenciéndola para que se dirija al punto exacto que el jugador sólo presiente. Luego la reverencia con una flexión de todo su cuerpo para, finalmente, elevarla al cielo con la incertidumbre de una plegaria.

“Pequeño, pero no flojo”, decían de aquel hombre menudo cuando se acercaba a la bolera y levantaba un murmullo de admiración. Rogelio González Viñoles (1896-1960), vecino de Bielva, lanzaba las bolas como nadie. Cuando éstas se alzaban al aire, el público respiraba al unísono preparado para emocionarse ante cualquier inimaginable filigrana bolística.

“Pequeño, pero no flojo”, Rogelio González siempre llevó a las boleras unas manos curtidas y grandes, una semblanza humilde y una sonrisa honrada. Por eso sus emboques resultaron ser mágicos. Quizás no sea una casualidad que entre todos los bolos, precisamente el pequeño sea el único diferente a los demás, pero el que mayor grandiosidad aporta.

Manuel Llano y el emboque

Entre estirpias de panojas, parejas de bueyes, huertos de alquiler y gamellas relucientes, nació, en Sopeña, Manuel Llano, el hombre que supo describir con sencillez y ternura la estampa rural poblada de colores y leyendas. Desde la humildad de lazarillo de su padre ciego, desde su primer empleo a los diez años como sarruján en los montes de Cabuérniga, Manuel Llano decía que “lanzar bien los buenos pensamientos, es lo mismo que hacer emboques en la bolera”, y añadía sobre el estelar desenlace de los bolos: “Vencer por virtud, por inteligencia, por humildad, por afecto, por energía, es hacer en la bolera de la historia unos emboques resonantes, ejemplares, inolvidables...”

Rogelio González, ‘el Zurdo de Bielva’, se apretó el cinturón de sus anchos pantalones, se ató el último botón de su camisa blanca, se caló la boina y con las bolas con las que acudía a los concursos, se llevó el contenido de las palabras del escritor cabuérnigo. Sus emboques fueron “resonantes, ejemplares, inolvidables...”

Aunque su apodo le señala como zurdo, lanzaba indistintamente con las dos manos, y su facilidad para enfilar y derribar bolos obligó a que se birlara con la misma mano con la que se tira, tanta ventaja tenía el mítico jugador ambidiestro. Pero ninguna norma se interpuso ante su extraordinaria habilidad para embocar, a la mano o al pulgar. Quizás se debiera a su aire caribeño, que embrujaba las bolas que tocaba, y nadie duda de que la excepcionalidad de su destreza tiene una gran relación con su estancia en Cuba, donde emigró cuando tenía 22 años. Allí practicó el bolo cubano, una modalidad que por la distribución y el tamaño de los bolos, requería un magnífico pulso para tumbarlos, impactando directamente en su base. 

Rogelio había nacido en La Habana, pero cuando cumplió su primer año ya se encontraba en Bielva (Herrerías), lugar donde pronto sintió el hechizo de los bolos, aprendiendo a jugar en una bolera que él mismo había construido y cuidaba con esmero. En Bielva, junto a las casonas con pasado de hidalguía que aún mantienen en alto los escudos de armas de Celis y Estrada, junto a los muros de mampostería que recuerdan una antigua fortificación, junto a la capilla del Cristo que reposa en su retablo principal, Rogelio González comenzó a jugar a los bolos. Cuando regresó de Cuba, cual indiano que trae el espíritu de los que vuelven, plantó una palmera que hizo fatigar al viento exaltando el emboque. Y el emboque se quedó definitivamente en un paisaje de montañas y riscos; con robledos, hayedos, avellanos, pastos cubiertos de verde y bruma, y el juego de los bolos.
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